VIAJE A LA CUNA DE CASTILLA EN BURGOS : LAS MERINDADES
Es en el siglo IX cuando se pronuncia por primera vez la palabra “Castilla”; este nombre aparece escrito en el documento fundacional del Monasterio de Taranco, enclavado en pleno Valle de Mena. Esta palabra surge para hacer referencia al conjunto de pequeños territorios situados al Norte del Ebro, núcleo originario de Castilla, que se caracterizaba por los abundantes edificios defensivos.En el siglo X, Fernán González organizó políticamente la región, creando las Merindades como entidad político-administrativa. A principios del siglo XI se crea la primera Guardia de los entonces Condes de Castilla y posteriormente los Reyes de España, que se mantendrá hasta la actualidad, los Monteros de Espinosa, con la peculiaridad de que debían ser naturales de la villa de Espinosa de los Monteros. El siglo XI es el de mayor esplendor para el monasterio de San Salvador de Oña, al convertirse en el primer panteón real de Castilla. Aquí nació en el siglo XIII la institución de los Jueces de Castilla con Nuño Rasura y Laín Calvo. La Baja Edad Media se caracteriza por las luchas banderizas entre familias nobles. En el siglo XVI, el Doctor Mendizábal, por orden de Felipe II, otorga a Villarcayo el título de capital de las Merindades, con el propósito de que el Condestable, reduzca su poder.
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Fue la reina Leonor quien puso mayor empeño en conseguir esta fundación con el fin de que las mujeres pudieran alcanzar los mismos niveles de mando y responsabilidad que los hombres, al menos dentro de la vida monástica. Elevaron al papa Clemente III la petición para fundar y consagrar el nuevo monasterio, petición que fue concedida de inmediato. Los reyes donaron cerca de cincuenta lugares cuyas tierras constituyeron desde el principio un importante patrimonio que se multiplicaría con el tiempo. Se conserva la carta fundacional del rey que empieza diciendo: Yo, Alfonso, por la gracia de Dios, rey de Castilla y Toledo, y mi mujer, la reina doña Leonor… Cîteaux otorgó a este monasterio el derecho a instituirse como matrem ecclesiam equiparándose así al gran monasterio francés de Fontevrault. En 1199 se convirtió definitivamente en casa madre de los monasterios femeninos de Castilla y de León.
La vida del monasterio dio comienzo con un grupo de monjas que llegaron desde el Monasterio de Santa María de la Caridad de Tulebras (en Navarra), donde existía desde 1157 el primer monasterio cisterciense femenino de la península. Las dos primeras abadesas fueron la infanta de sangre real Misol (o Mariasol) y la infanta Constanza, hija de los reyes fundadores. La abadesa de Las Huelgas llegó a disfrutar de una autonomía y poder tan elevados que sólo dependía del papa y estaba por encima de la curia episcopal. La abadesa, como mujer, no podía confesar, decir una misa, ni predicar, pero era ella quien daba las licencias para que los sacerdotes hicieran estos trabajos. La concesión era dada en nombre de Dios y de la Sede Apostólica
La vida del monasterio dio comienzo con un grupo de monjas que llegaron desde el Monasterio de Santa María de la Caridad de Tulebras (en Navarra), donde existía desde 1157 el primer monasterio cisterciense femenino de la península. Las dos primeras abadesas fueron la infanta de sangre real Misol (o Mariasol) y la infanta Constanza, hija de los reyes fundadores. La abadesa de Las Huelgas llegó a disfrutar de una autonomía y poder tan elevados que sólo dependía del papa y estaba por encima de la curia episcopal. La abadesa, como mujer, no podía confesar, decir una misa, ni predicar, pero era ella quien daba las licencias para que los sacerdotes hicieran estos trabajos. La concesión era dada en nombre de Dios y de la Sede Apostólica
A comienzos del siglo XIV, una vez asegurado el dominio castellano, Fernando IV entregó la villa a Fernán Ruiz de Amaya, quien, a su vez, la venderá al infante Don Pedro, hijo de Sancho IV, en 1311. En tiempos de Alfonso XI, la villa queda vinculada a la familia Avellaneda, Condes de Miranda, los cuales contribuyeron notablemente al enriquecimiento de la villa mediante la construcción de las principales obras arquitectónicas. La villa presenta un casco medieval de planta alargada, en la que se distribuyen mezclados los edificios religiosos y señoriales con el resto del caserío. Asentado directamente sobre la roca y dominando el espacio circundante, se halla el castillo de Peñaranda, nacido con fines defensivos en los siglos altomedievales, aunque los restos actuales haya que datarlos en el siglo XV. Asimismo, existió una muralla que rodeaba casi todo el caserío actual. La parte más antigua iba desde el palacio de los condes hasta el Este del pueblo, y desde aquí enlazaba con el castillo. Cuando se construyó el palacio, se completó el trazado hasta unirse con el otro extremo de la fortaleza. En la actualidad ,queda un buen paramento que bordea la carretera y dos de las tres puertas de acceso a la villa, el “Arco de las Monjas”, y la que da entrada a la Plaza Mayor. Las viviendas populares, unas de las más bellas y conocidas de La Ribera, están construidas con adobe y entramado de madera, de poca profundidad y dos plantas, más un sobrado abuhardillado.
26/11/2011
J.C.R. / Burgos
El sosegado paseo entre la cuna y las raíces de Castilla ha de empezar, por necesidad, en Las Merindades. Y en su capital, Villarcayo, a la que los mapas y la historia apellidan 'de Merindad de Castilla la Vieja'. En esta villa, próspera por sus arraigadas industrias agroalimentarias y servicios, arranca una carretera que se adentra en lo más íntimo de la comarca.
Los nombres de los pueblos nos llevan a rememorar otros tiempos en los que la vida rural era el común denominador de esta tierra: Cigüenza, Escaño, Escanduso, Salazar, Brizuela... para llegar a Puentedey. En este pueblo se ha detenido el tiempo. El Nela, el generoso río Nela, ha perforado la roca sobre la que se sustenta su caserío. Miles de siglos han sido los obreros y las aguas fértiles herramientas con las que han arañado la piedra caliza hasta convertirla en el más bello puente natural jamas construido por mano divina o por mano humana. De ahí su nombre: Puentedey... el puente de Dios.
Quién sabe que fuerza telúrica, que dios imaginario ordenó que allí naciera... pero lo hizo. Puentedey es la antesala de un terruño mágico, de uno de esos llamado 'lugares de poder' donde no se sabe que sabio de cuento de hadas hizo desaparecer un río, otro río, el Guareña, bajo la roca... Aún Puentedey está en Merindad de Valdeporres. Unos pocos kilómetros más allá, en la frontera natural de la cascada de La Mea, entramos en la Merindad de Sotosocueva: Quintanilla Valdebodres, con la puerta de entrada al Infierno en su surgencia del Pozo del Diablo; Cogullos; Ahedo de Linares... son poblados que anuncian el paraje de Ojo Guareña; el complejo kárstico más largo de Europa.
Ese curso de agua, el Guareña, se despeña decenas de metros al fondo de la cueva después de recorrer la senda que abrió el valle durante millones de años para recrear un escenario en el que el espectáculo de la vida se representa cada segundo. Contemplándolo, en ese anfiteatro natural de la roca, las encinas y quejigos son espectadores de lujo de esta grandiosa tragicomedia.
Hasta las raíces
Desde este paraje se accede a la cuna de la Guardia Real, Espinosa de los Monteros, antesala de los valles pasiegos de los que nos encargaremos otra semana. Por Torme accedemos a El Crucero para llegar a la recia Medina de Pomar, en otro tiempo -y en este también- un lugar de convivencia de varias culturas. Reflejo queda de ello en su magnífico Alcázar, hoy Museo Histórico de Las Merindades. Entre la ciudad de Medina y Trespaderne encontramos una curiosa construcción, el Castillo de Cebolleros. Aún está en obras y creado con piedras de río. Espectacular por su originalidad. Trespaderne nos acerca a la ciudad más pequeña del mundo: Frías.
La ciudad de Frías está asentada sobre una enorme roca de toba presidida por su castillo que nunca hay que dejar de visitar. Las vistas de la ciudad desde lo más alto de la fortaleza son uno de los regalos visuales más impresionantes que el ojo humano ha podido tener. Sus casas colgadas, sus empinadísimas callejuelas medievales y su entorno hacen sosegar las almas.
Y hay más. Y es que Frías es engreída. ¡Que pequeña y cuanta belleza! Y la ciudad lo sabe. Por eso aparece lozana a la vuelta de la curva de Tobera, su barrio más antiguo.
Una cabra baja del alto rocoso de toba a comer de la mano de los visitantes. Lo sabe. Cada vez que oye murmullo, baja. Y recorre los riscos en busca de una hierba que triscar o del trozo de bocadillo que un insensato dejó sobre la roca.
Allí está la ermita de Tobera, la cascada, el mirador... compitiendo en belleza con su cercana Frías. Estamos tocando raíces de Castilla. De Frías a Oña, la villa que respira un ambiente medieval en recuerdo de aquel año 1011 en que se fundó el Monasterio por el abad San Íñigo. Y de allí a la villa salinera, cuna del más ilustre naturalista de esta España y que con decir su nombre de pila lo decimos todo, Poza es la cuna de Félix. La villa presume de salinas y de museo de la radio; de callejuelas en las que es difícil aparcar un coche y de monte agreste con castillo incluido. Y cada lugar recuerda al médico y naturalista hasta lo más alto del monte.
El sol se pone. La luz ya es escasa. El atardecer adormece a los molinos de viento de lo más alto del páramo. Y la noche cae. No sé cuando volverá a amanecer tras cuatro lunas llenas. Fin del trayecto.
El sosegado paseo entre la cuna y las raíces de Castilla ha de empezar, por necesidad, en Las Merindades. Y en su capital, Villarcayo, a la que los mapas y la historia apellidan 'de Merindad de Castilla la Vieja'. En esta villa, próspera por sus arraigadas industrias agroalimentarias y servicios, arranca una carretera que se adentra en lo más íntimo de la comarca.
Los nombres de los pueblos nos llevan a rememorar otros tiempos en los que la vida rural era el común denominador de esta tierra: Cigüenza, Escaño, Escanduso, Salazar, Brizuela... para llegar a Puentedey. En este pueblo se ha detenido el tiempo. El Nela, el generoso río Nela, ha perforado la roca sobre la que se sustenta su caserío. Miles de siglos han sido los obreros y las aguas fértiles herramientas con las que han arañado la piedra caliza hasta convertirla en el más bello puente natural jamas construido por mano divina o por mano humana. De ahí su nombre: Puentedey... el puente de Dios.
Quién sabe que fuerza telúrica, que dios imaginario ordenó que allí naciera... pero lo hizo. Puentedey es la antesala de un terruño mágico, de uno de esos llamado 'lugares de poder' donde no se sabe que sabio de cuento de hadas hizo desaparecer un río, otro río, el Guareña, bajo la roca... Aún Puentedey está en Merindad de Valdeporres. Unos pocos kilómetros más allá, en la frontera natural de la cascada de La Mea, entramos en la Merindad de Sotosocueva: Quintanilla Valdebodres, con la puerta de entrada al Infierno en su surgencia del Pozo del Diablo; Cogullos; Ahedo de Linares... son poblados que anuncian el paraje de Ojo Guareña; el complejo kárstico más largo de Europa.
Ese curso de agua, el Guareña, se despeña decenas de metros al fondo de la cueva después de recorrer la senda que abrió el valle durante millones de años para recrear un escenario en el que el espectáculo de la vida se representa cada segundo. Contemplándolo, en ese anfiteatro natural de la roca, las encinas y quejigos son espectadores de lujo de esta grandiosa tragicomedia.
Hasta las raíces
Desde este paraje se accede a la cuna de la Guardia Real, Espinosa de los Monteros, antesala de los valles pasiegos de los que nos encargaremos otra semana. Por Torme accedemos a El Crucero para llegar a la recia Medina de Pomar, en otro tiempo -y en este también- un lugar de convivencia de varias culturas. Reflejo queda de ello en su magnífico Alcázar, hoy Museo Histórico de Las Merindades. Entre la ciudad de Medina y Trespaderne encontramos una curiosa construcción, el Castillo de Cebolleros. Aún está en obras y creado con piedras de río. Espectacular por su originalidad. Trespaderne nos acerca a la ciudad más pequeña del mundo: Frías.
La ciudad de Frías está asentada sobre una enorme roca de toba presidida por su castillo que nunca hay que dejar de visitar. Las vistas de la ciudad desde lo más alto de la fortaleza son uno de los regalos visuales más impresionantes que el ojo humano ha podido tener. Sus casas colgadas, sus empinadísimas callejuelas medievales y su entorno hacen sosegar las almas.
Y hay más. Y es que Frías es engreída. ¡Que pequeña y cuanta belleza! Y la ciudad lo sabe. Por eso aparece lozana a la vuelta de la curva de Tobera, su barrio más antiguo.
Una cabra baja del alto rocoso de toba a comer de la mano de los visitantes. Lo sabe. Cada vez que oye murmullo, baja. Y recorre los riscos en busca de una hierba que triscar o del trozo de bocadillo que un insensato dejó sobre la roca.
Allí está la ermita de Tobera, la cascada, el mirador... compitiendo en belleza con su cercana Frías. Estamos tocando raíces de Castilla. De Frías a Oña, la villa que respira un ambiente medieval en recuerdo de aquel año 1011 en que se fundó el Monasterio por el abad San Íñigo. Y de allí a la villa salinera, cuna del más ilustre naturalista de esta España y que con decir su nombre de pila lo decimos todo, Poza es la cuna de Félix. La villa presume de salinas y de museo de la radio; de callejuelas en las que es difícil aparcar un coche y de monte agreste con castillo incluido. Y cada lugar recuerda al médico y naturalista hasta lo más alto del monte.
El sol se pone. La luz ya es escasa. El atardecer adormece a los molinos de viento de lo más alto del páramo. Y la noche cae. No sé cuando volverá a amanecer tras cuatro lunas llenas. Fin del trayecto.
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