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“Al final de una cena en un castillo inglés, un famoso actor de teatro entretenía a los huéspedes declamando textos de Shakespeare. Después se ofreció a que le pidieran alguna pieza extra. Un tímido sacerdote pidió al actor si conocía el salmo 22. El actor respondió: ‘Sí, lo conozco, pero estoy dispuesto a recitarlo con una condición: que después lo recite usted’. El sacerdote se sintió incómodo, pero accedió. El actor hizo una bellísima interpretación, con una dicción perfecta: ‘El Señor es mi Pastor, nada me falta...’ Al final, los huéspedes aplaudieron vivamente. Llegó el turno al sacerdote, que se levantó y recitó las mismas palabras del salmo. Esta vez, cuando terminó, no hubo aplausos, solo un profundo silencio y el inicio de lágrimas en algún rostro. El actor se mantuvo en silencio unos instantes, después se levantó y dijo: ‘Señoras y señores, espero que se hayan dado cuenta de lo que ha sucedido esta noche: yo conocía el salmo, pero este hombre conoce al Pastor”.
1 El Señor es mi pastor,
nada me falta:
2 en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
3 y repara mis fuerzas;
me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
4 Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan.
 
5 Preparas una mesa ante mí
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa.
6 Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término.
1. UN SALMO ESTRELLA
Vamos a entrar en uno de los salmos favoritos del salterio. Entramos a pie descalzo para percibir una experiencia de Dios muy honda y muy bella, que nos permita también a nosotros decirnos ante Dios. No somos los primeros, antes que nosotros ha habido innumerables hombres y mujeres que han quedado fascinados ante este salmo. ¿Por qué es tan visitado este salmo?
Sin duda, que tiene que ver con la idealización del tema pastoril en la literatura, con la frecuencia con que se aplica a Dios el título de pastor, con el hecho de que David, el preferido de los reyes, fuera pastor, y sobre todo, con el hecho de que Jesús se autodenominara “el buen pastor” (Cf. Jn 10).
Ahora bien, el interés del salmo no solo proviene del contexto. Esto sería insuficiente. El atractivo está en su sencillez y su riqueza. En un pequeño espacio conviven dos imágenes, la del pastor que cuida de sus ovejas y la del señor de la casa que acoge a un huésped perseguido, expresadas por un número inesperado de símbolos, muy sugerentes para todos: el camino, el agua, la oscuridad de la noche, el cayado, la hospitalidad, el banquete con comida y bebida, el hogar, los perfumes...
El caso es que el salmista, para contar su experiencia de Dios y para decírsela a Dios, se sirve de estas imágenes. Nosotros vivimos en una cultura cada vez más lejana de lo que nos describen estas escenas. Cada vez son más las personas que no han visto de cerca un rebaño con su pastor, y cada vez estamos más lejos de la hospitalidad de que habla el salmo. Por eso necesitamos situarnos en el Medio Oriente para saborear cada uno de los símbolos. Es importante, al acercarnos al salmo, no irnos rápidamente a una emoción profunda y simple de confianza, pasando de largo ante un caudal imaginativo tan sugerente.
2. LA IMAGEN DEL PASTOR
Esta imagen ha tenido más éxito que la segunda. De hecho ha dado nombre al salmo. La imagen del pastor forma parte de la experiencia humana. Los hombres han tenido que domesticar (meter en casa) a algunos animales, por ejemplo las ovejas, con las que han estrechado, si se puede hablar así, lazos de familiaridad (cómo se explica que el pastor conozca a cada oveja por su nombre y que la oveja conozca la voz y el olor del pastor) y por las que no han dudado en enfrentarse a las fieras o a los que les impedían beber agua o acudir a los pastos. Esta experiencia entre ovejas y pastor, tan rica en matices, es la que tiene el orante con Dios, al que llama pastor. Con ello indica un amor personal y único de Dios para con él (Dios lo llama por su nombre, lo cuida, lo protege). En definitiva, que entre Dios y el orante se teje una relación de afecto, de confianza, de seguridad únicos. “Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta”, decía santa Teresa.
Imaginemos lo que significa para un rebaño hambriento encontrar hierba verde, fresca. El hallazgo se convierte en una fiesta. Después de un camino árido y polvoriento, la sola vista de una pradera invita al descanso. O imaginemos también lo que puede ser para la sed de las ovejas, en pleno desierto, el sonido del agua que brota del manantial. El gozo entra por los ojos y la piel, no solo por la garganta reseca. Las ovejas recobran el aliento y encuentran fuerzas para seguir caminando.
El descanso es para seguir caminando. Las ovejas no saben a dónde van, pero saben que el pastor las guía por los senderos buenos. Realmente el pastor hace honor a su nombre, todo lo contrario que el asalariado (cf Jn 10,12ss). Esto les hace caminar confiadamente. Y aunque pasen por cañadas oscuras, donde todos los miedos afloran, nada temen. En la angustia de la oscuridad sienten con más fuerza la presencia cercana del pastor. El paso de las tinieblas se convierte en un paso de dulzura.
En el corazón del salmo, en su momento más intenso, se oye el grito gozoso del salmista: “Porque Tú estás conmigo”. Ya no puede seguir hablando en tercera persona, toda distancia se ha roto, brota la intimidad más fascinante. La imagen ha hecho su tarea, ahora brota la experiencia con un lenguaje más directo, de tú a tú: Tú estás conmigo. Tú lo eres todo para mí. Tú eres mi agua, mi hierba, mi camino. Siempre Tú. Tú estas conmigo.
La oscuridad ha interiorizado la relación personal entre el orante y Dios. Puede seguir ahora con la imagen. “Tu vara y tu cayado me sosiegan”. En medio de la oscuridad, aunque no te veo, siento un golpe ligero de tu cayado cuando me desvío; y cuando me retraso y casi me pierdo oigo el golpe rítmico de tu vara sobre las piedras y eso me calma.
3. LA IMAGEN DEL HUÉSPED
Otra experiencia humana da pie al orante para expresar lo que es Dios para él. Se trata de un hombre perseguido, con los enemigos pisándole los talones. No tiene ningún futuro, salvo que alguien le ofrezca hospitalidad. Esta es sagrada. Los enemigos no pueden hacer nada. Lo que podía haber terminado en tragedia, como tantas veces les ocurre a los últimos, a los enfermos, se convierte en fiesta gracias a que alguien le abre su tienda y acoge al perseguido en ella.
¡Qué suerte ha tenido el fugitivo! Al ser acogido, pasa a ser como parte del que lo ha acogido. Acogiéndolo lo ha engendrado a la vida. ¿Qué es lo que hace con él? Desenrolla unas pieles a la entrada de su tienda y coloca sobre ellas la comida. Al hambriento le ofrece comida. Además, lo unge con perfume como señal de gran aprecio; el aceite, enriquecido con esencias perfumadas, refresca y cura las heridas. Y le ofrece una copa rebosante, generosa. Hay un derroche constante en el señor de la casa.
El colmo llega cuando se acerca la hora de la partida. El que antes era perseguido tiene que volver al camino, salir a la vida. No bastará una simple despedida. No. Los lazos se han hecho tan profundos, que el anfitrión le ofrece su amor y su bondad para que lo acompañen de regreso a su casa. Y no para un día ni dos, sino para toda la vida, hasta que llegue a la casa del Señor, su verdadera morada, donde “se enjugará toda lágrima y ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor” (Ap 21, 3ss).
4. ORAR EL SALMO CON JESÚS
¡Qué salmo tan precioso para ponerlo en boca de Jesús! ¡Qué cantidad de resonancias tiene cada símbolo dicho por Jesús al Padre! La vida de Jesús, como un camino para llevar adelante el proyecto del Reino, sintiendo a cada paso el cariño del Padre (“Tú eres mi Hijo Amado”), experimentando la fortaleza del Espíritu para hacer frente a los enemigos. El gozo de Jesús al poner palabra a la bienaventuranza, que es como el abrazo de fiesta que Dios da a todos los pequeños de la tierra. ¡Cómo no recordar el gesto de la mujer que unge a Jesús con un perfume carísimo! Y la confianza y el abandono de Jesús atravesando las cañadas oscuras de la muerte, con la confianza de que el amor y la ternura del Padre, tendrán la última palabra.
Pero también, ¡qué salmo tan precioso para decírselo a Jesús como una plegaria que nace del corazón! Decirle que aceptamos tenerlo a nuestro lado, y que queremos beber en su fuente que mana y corre, y que nos encanta sentir su mano sobre nuestro hombro. Decirle, una y mil veces: Tú estás conmigo, Tú eres mi amigo, Tú eres mi pastor. Decirle que su voz nos acaricia en los adentros, que su eucaristía es para nosotros la cena que recrea y enamora, que sentimos siempre su presencia junto a nosotros. Decirle que sabemos que siempre estará con nosotros hasta que nos ponga en las manos del Padre, para empezar la fiesta inacabable de la vida.

“Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti” (San Agustín)

Nada te turbe: nada te espante.Todo se pasa. Dios no se muda.La paciencia todo lo alcanza.Quien a Dios tiene nada le falta.Sólo Dios basta.   (Santa Teresa de Jesús)