El cristiano fascina por el perfecto equilibrio entre la fe y la razón. Estos conceptos abstractos no habrían cambiado el mundo sin Cristo, el Dios hecho carne, que sacia el deseo natural del hombre de amar y ser amados.
Por: Iñigo Alfaro Uriarte | Fuente: Virtudes y valores
A mi, me gusta mucho más aquella imagen que nos regaló nuestro querido Juan Pablo II en la “Fides et Ratio”: La fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva a la contemplación de la verdad. La comparación además de bella es equilibrada y muy acertada. Fruto de esta de certeza, que seguramente muchos comparten, es la maravillosa armonía que la doctrina Cristiana tiene con todas las realidades que le rodean.
El cristiano que conoce su fe no tiene que hacer puzzles intelectuales extraños para que el mundo le encaje. Es como una persona atractiva, no requiere ni maquillaje ni intervenciones raras para realmente parecerlo. Estoy seguro de que esta sencilla belleza a conducido a muchos a descubrir o a redescubrir el camino a la fe cristiana y a la Iglesia Católica.
Sin embargo tengo la profunda intuición de que la honda fascinación que despierta el Cristianismo no reside solamente ahí. La armonía entre fe y razón es bella, pero es una belleza demasiado fría que puede mover el intelecto, pero difícilmente el corazón.
Por encima del deseo de comprender las cosas existe en el corazón humano una necesidad más fuerte. Un deseo por el que sí se puede dar la vida: amar y sentirse amado. Es con la respuesta a este deseo con la cual el Cristianismo se hace más convincente. Además no se trata de una respuesta etérea e impersonal, sino concreta y comprometedora, porque el Verbo se hico carne y habitó entre nosotros.
No se trata sólo de una repuesta filosófica, ética o racional. La respuesta es ante todo una Persona, Jesús de Nazaret. Es en Cristo donde aprendemos a amar y a sentirnos amados. Por eso Él nos dijo que amásemos como el nos amó y para ponernos la medida, nos amó hasta el punto de hacerse pequeño y débil. En Navidad Cristo vuelve a nacer. La voz que con un “hágase” creó el universo apenas podrá balbucear desde su pesebre.
El Cristianismo seduce por su armonía entre fe y razón, convence y fascina porque Dios se hace también Hermano y enseña con su palabra su obra y su presencia a amar y ser amado.
Por: Iñigo Alfaro Uriarte | Fuente: Virtudes y valores
Pulula por el mundo de hoy, una forma de pensar según la cual fe y razón son como dos enemigos irreconciliables. Se las ha encerrado a las pobres en un corro minúsculo (siempre los mismos temas, tópicos y polémicas) como si fuesen gallos de pelea, esperando a ver cuál acaba con cuál. De esta pelea es evidente que ninguno puede salir bien parado. Y sin embargo sigue habiendo “partidarios” de uno y de otro que se empeñan en que se sigan liando a porrazos.
A mi, me gusta mucho más aquella imagen que nos regaló nuestro querido Juan Pablo II en la “Fides et Ratio”: La fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva a la contemplación de la verdad. La comparación además de bella es equilibrada y muy acertada. Fruto de esta de certeza, que seguramente muchos comparten, es la maravillosa armonía que la doctrina Cristiana tiene con todas las realidades que le rodean.
El cristiano que conoce su fe no tiene que hacer puzzles intelectuales extraños para que el mundo le encaje. Es como una persona atractiva, no requiere ni maquillaje ni intervenciones raras para realmente parecerlo. Estoy seguro de que esta sencilla belleza a conducido a muchos a descubrir o a redescubrir el camino a la fe cristiana y a la Iglesia Católica.
Sin embargo tengo la profunda intuición de que la honda fascinación que despierta el Cristianismo no reside solamente ahí. La armonía entre fe y razón es bella, pero es una belleza demasiado fría que puede mover el intelecto, pero difícilmente el corazón.
Por encima del deseo de comprender las cosas existe en el corazón humano una necesidad más fuerte. Un deseo por el que sí se puede dar la vida: amar y sentirse amado. Es con la respuesta a este deseo con la cual el Cristianismo se hace más convincente. Además no se trata de una respuesta etérea e impersonal, sino concreta y comprometedora, porque el Verbo se hico carne y habitó entre nosotros.
No se trata sólo de una repuesta filosófica, ética o racional. La respuesta es ante todo una Persona, Jesús de Nazaret. Es en Cristo donde aprendemos a amar y a sentirnos amados. Por eso Él nos dijo que amásemos como el nos amó y para ponernos la medida, nos amó hasta el punto de hacerse pequeño y débil. En Navidad Cristo vuelve a nacer. La voz que con un “hágase” creó el universo apenas podrá balbucear desde su pesebre.
El Cristianismo seduce por su armonía entre fe y razón, convence y fascina porque Dios se hace también Hermano y enseña con su palabra su obra y su presencia a amar y ser amado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario