miércoles, 31 de mayo de 2017

miércoles, 10 de mayo de 2017

El Cid Campeador



El Cid Campeador: Su lugar de enterramiento
http://chopo.pntic.mec.es/rnavas/06_07/800/entierro/entierro.htm

Enterramientos


En julio de 1099 fallece el Cid Campeador, Don Rodrigo Díaz de Vivar en Valencia, donde se produciría su primer entierro. Doña Jimena aún permanece en esta ciudad junto a los restos de su esposo algún tiempo.
Torres de la ciudad de Valencia
mapa de España
En mayo de 1102, cuando la situación es ya insostenible, la familia y la gente del Cid abandona Valencia.
Los restos de nuestro héroe, al llegar a Burgos, son inhumados en el Monasterio de San Pedro de Cardeña, como bien correspondía a la importancia de su figura. Allí permanecen hasta 1836, salvo durante unos años que se trasladan a Burgos.
La capilla del Cid, también llamada de San Sisebuto, construida en 1735 se abre en el lado derecho de la iglesia de este monasterio. En el centro de esta capilla se encuentra el doble sepulcro pétreo del Cid y su esposa, realizado en el s. XVI. En sus paredes les acompañan los enterramientos de varios personajes cidianos.
Más recientemente se han incluido dos pinturas alusivas a momentos de la vida del Cid.
Claustro del monasterio de San Pedro de Cardeña
representación del Cid en el Monasterio de SanPedro de Cardeña
Durante la Guerra de la Independencia (1808 a 1814), los soldados franceses profanan su tumba en el Monasterio y llevan sus restos a un lugar del actual paseo del Espolón.
Cuenta la tradición que allí los soldados franceses veneran la figura del héroe castellano.
Monolito que recuerda el lugar donde estuvo enterrado el Cid
Los restos son nuevamente recuperados y hacia 1840 se trasladan a la Capilla de la Casa Consistorial de Burgos recogidos en una urna.
En 1921 los restos son solemnemente trasladados a su lugar definitivo. Desde ese momento descansan por fin los restos del Cid, junto con los de su esposa Dña. Jimena, en un emplazamiento privilegiado: la Catedral de Burgos.
Lápida de la tumba del  Cid
Los encontramos en un lugar de honor, en el centro del crucero, bajo el Cimborrio de esta joya de la arquitectura, y bajo una sencilla lápida de bronce.

BURGOS. Catedral. Tumba de El Cid



Mío Cid Campeador
“Muerte del Cid”
Vicente Huidobro
(Chile, 1929)


He ahí al Cid Campeador postrado en su lecho de enfermo. Ese monumento de dinamismo y de energía, el hombre del movimiento y de la acción, inerme, lánguido, sintiendo la muerte que se acerca a marchas forzadas a su corazón.
Él que tantas veces la burló a grandes saltos en los campos de batalla, el que ofrecía sonriente su pecho a todos los peligros, helo ahí, pobre espectro doliente y resignado.
Estaba en el pináculo de su apogeo, amo de una gran ciudad y un vasto y rico reino, adorado de los suyos, temido del enemigo, casando a sus hijas con príncipes, nombrando obispos, fundando catedrales, cambiando gobernadores, destronando reyes y recibiendo homenajes de todos los horizontes de la tierra, y de pronto cae de la cima de su gloria al lecho de la agonía.
[…]

Foto: Raúl Sagredo

Es una mañana del mes de julio de 1099. Tiene cincuenta y nueve años de edad. Doblan lentas las campanas al fondo de los siglos.
Una algarabía de pájaros que estaba cantando sus proezas se detiene de golpe en sus himnos.
La tierra de Valencia aroma de frutas y flores el continente. El sistema planetario siente un escalofrío que le corre por las espaldas y se lleva un dedo a los labios. El siglo once se detiene un momento al borde del abismo, siente un síncope que repercute en toda la relojería astral. El Tiempo guarda un minuto de reposo y de silencio.
La Leyenda vuelve a entrar en un limbo opaco y frío, la Historia es un despojo en playas de tiniebla.
Murió Rodrigo Díaz de Vivar, murió Mío Cid Campeador.

Foto: Raúl Sagredo

Una angustia enorme se difunde por la atmósfera terrestre, una pesadez desolada cae sobre los hombres, una pesadez de eternidad.
No habrá más historias de hazañas y de proezas para pasar de labio en labio, para hacer saltar las imaginaciones desbocadas entre espacios de estrellas, para agrandar los ojos y cuajarlos de piedras milagrosas.
Durante largos años el Cid fue España, España fue el Cid. Durante largos años en el Cid se absorbe toda la nación, toda la raza. Su savia, sus esperanzas, sus pensamientos, sus latidos, su sangre, su historia, su leyenda, sus himnos van a desembocar en el Campeador.
Ruy Díaz de Vivar es el gran río de mil afluentes.
Mío Cid inunda a España. La inunda y la fertiliza.
[...]
Destinado desde el principio del mundo a ser la encarnación y el punto culminante de su raza, encima de la Epopeya de la Reconquista, desde don Pelayo hasta los Reyes Católicos, él brilla y prima en pleno cenit. Y cuando la última lágrima de Boabdil cae y se condensa sobre la historia, él aparece de pie dentro de esa lágrima, revestido de todas sus armaduras. Por él esa lágrima se solidifica y se convierte en joya de los siglos.
Mío Cid es la tempestad alzada de la venganza de una raza, es la espada de un pueblo, la espada de un conjunto informe que quiere realizarse. Una espada en marcha que atraviesa las edades oscuras, como un relámpago.


Yo me lanzo en su busca con el corazón encendido y la pluma en la mano a través de los tiempos que nos separan, y nos encontramos en la noche de la eternidad: Padre nuestro, que estás en los cielos, recibe el poema de la admiración.
Murió el Cid, se acabó el interés apasionado de la existencia. Es tan aplastante la idea del fin de la sublime aventura, que el mundo no puede creer en su muerte. Sin embargo, tendréis que acostumbraros a la idea.
Murió el Cid. ¿Oís lo que digo? Murió el Cid Campeador. Se hace el vacío en el vacío, se hace el caos en el caos. Se me rompe la pluma.
[...]
Se oye el ruido de una lágrima que resbala por el infinito. Después un silencio profundo se hace sobre la creación.


[…] Ha sonado el momento de cumplir las últimas órdenes de Mío Cid. Sus servidores le embalsaman, le arreglan el rostro, le peinan los cabellos y la barba. No parece muerto. […]
Lo colocan en su silla de montar; una tabla sostiene su cuerpo por las espaldas, otra por el pecho, manteniéndole recto sobre la silla.
Han pasado tres días de la muerte del Cid y sus huestes se preparan a la batalla. Alvar Fáñez hace tocar las campanas llamando al combate. Se reúnen los soldados y entonces los capitanes montan al Cid sobre Babieca y lo colocan al frente de la tropa.


El cadáver va cabalgando como si fuera vivo. Lleva en la mano derecha su espada Tizona […]. Los ojos de Babieca brillan llenos de extrañas decisiones.
Avanzando silenciosamente salen de la ciudad. […]
Los moros al verlos se preparan al combate y redoblan sus tambores.
Esto que oye Babieca, y como si su amo le hubiera picado las espuelas, pega una carrera loca y se lanza sobre el enemigo. Detrás de él se lanzan Alvar Fáñez y todos los caballeros.
El cadáver se mete por todas partes con un empuje ultraterrestre. Babieca avanza, avanza, atropellando el mundo, partiendo las llanuras, sembrando el pánico en las filas enemigas. […]
Muchas horas dura la batalla. El espectro del Campeador acomete sin tregua, y a su sola presencia un secreto terror paraliza a sus contrarios, que luego empiezan a huir por todas partes, gritando:
Mío Cid... Mío Cid... viene más terrible que nunca. Mío Cid... Mío Cid...


En medio del tumulto, Babieca atropella y sigue corriendo incontenible, desbocado.
Mirad. Mirad y arrodillaos: el último milagro del héroe. El enemigo está en derrota, los moros en desbandada, se apartan y se echan al suelo ante el caballo apocalíptico que pasa. […]
En vano tratan de seguirlo sus caballeros; el potro se aleja cada vez más de ellos y se pierde en la distancia. Salta en un gran salto el horizonte y sigue corriendo desbocado. […] El caballo y el caballero históricos son ahora un caballero y un caballo legendarios, un monumento que corre a través de los campos de la poesía, a través de la atmósfera de la imaginación. Corre, corre, corre; su última carrera épica y mortal.
Corre sobre este mundo y luego salta todos los límites y sigue corriendo por el aire. Durante un momento su carrera en los espacios hace un eclipse total de sol. Resuenan en la eternidad los cascos de Babieca. […]
Se hace la oscuridad, se hace el silencio y allá saltando mundos, el potro desbocado y el caballero muerto cruzan el universo como un celaje, atraviesan las puertas del Paraíso en una visión vertiginosa y van a estrellarse en el trono de Dios.



Éste es el fin del Cid Campeador, el verdadero fin de Mío Cid Rodrigo Díaz de Vivar. Es mentira que su cuerpo reposa en Burgos.

Monolito que recuerda a Bavieca

No hay caballero sin caballo...

No nos podemos olvidar de otro personaje de esta historia que acompañó al Cid hasta el fin de sus días: Babieca, su fiel caballo, también fue trasladado a Burgos tras la muerte del caballero.
Cuenta la tradición, que, como correspondía a su nobleza, también recibió sepultura en un solemne lugar, el exterior del Monasterio de Cardeña, frente a su fachada principal, a pocos metros de donde en un principio se encontraba su amo, de donde no se han movido.












¡ FELIZ DÍA DE LA MADRE 2017 ! - Felicitación Virtual Original para el D...

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jueves, 4 de mayo de 2017

Sobre la culpabilidad



El duelo por suicidio por Carles Alastuey

Sobre la Culpabilidad (II)

(Debido a su extensión y con la única intención de facilitar su lectura dividí el presente artículo en dos entradas. La anterior entrada de fecha 18.09.16, corresponde con la primera parte de este artículo)
Cosas que debemos considerar y podemos hacer para enfrentar la culpabilidad
Debemos tener muy presente que no es una decisión que tomamos nosotros. Así pues, aun cuando podamos entender que su acto fuera causado por un estado de ánimo determinado,  a causa de una posible patología mental o física, esa es una decisión que no nos pertenece. Fue él o ella quien decidió suicidarse.
No entraré en la consideración de si esta es una decisión libre o no, porqué creo que en la mayor parte de los casos la conducta suicida todavía hoy supone un verdadero misterio. Podemos suponer,  todo parece apuntar a que en la mayoría de los casos es un acto fruto de la desesperación, de la convicción de que no hay camino desde la vida para resolver sus conflictos, pero también es cierto que otras personas en circunstancias semejantes no se suicidan. El suicidio es un acto individual, que forma parte de la conducta humana y que en muchas ocasiones desgraciadamente, no se puede evitar precisamente porque se produce por un acto voluntario y definitivo de la persona que lo acomete, se encuentre o no en un estado de claridad mental.
Para los que forman parte de su entorno, la cuestión es que una vez acometido el acto suicida con resultado de muerte, los familiares, las personas que la querían deberán gestionar esa decisión probablemente sin compartirla, y en un estado de profunda aflicción.
Posiblemente no podremos aceptar su decisión, con seguridad no la compartiremos, pero deberemos aprender a seguir nuestra vida, contemplando la existencia de esa persona en su totalidad, y no solo limitada por su final. Deberemos aceptar lo irreversible de su decisión y de las consecuencias para nuestra vida con una profunda generosidad para su recuerdo y para nosotros mismos.  
Para situar en el plano de la realidad nuestra implicación en su muertedeberemos aceptar nuestra propia limitación para intervenir en la vida de otras personas. No somos dioses, no podemos anticipar la conducta de los demás, ni tenemos la capacidad de evitar determinados acontecimientos. No somos seres todopoderosos. No podemos obligar a ser felices a los demás por decreto. Las personas somos en último extremo responsables de nuestros actos. En esa parte íntima, intransferible que conforman nuestros pensamientos más profundos, nuestra identidad.
Podemos pensar que si hubiéramos insistido más a su médico para que lo medicara, o por el contrario si no lo hubiéramos controlado tanto… que deberíamos haber estado más con él o ella, que lo dejamos demasiado solo/sola, o que estábamos demasiado encima…. Todos esos escenarios de revisión de nuestra conducta que ya he mencionado serán obsesivos. Volveremos una y otra vez sobre lo que hicimos bien o lo que hicimos mal, sobre lo que deberíamos haber hecho de otra manera. El impacto de la conducta suicida nos somete a una situación de permanente inculpaciónPero lo cierto es que en la mayoría de los casos lo que hicimos, lo hicimos des del amor hacia esa persona.
En algunos casos la culpabilidad se deberá al sentimiento de liberación que experimentamos cuando la persona fallecida nos deja. Este proceso suele producirse cuando ha ido acompañado de una prolongada enfermedad que ha sometido a los familiares y personas próximas a una situación de largo sufrimiento: intentos repetidos de suicidio, enfermedades mentales graves…enfrentamientos constantes… El suicidio es visto entonces como una liberación que nos enfrenta a nuestro supuesto egoísmo por preferir la muerte de la persona querida, cuando en realidad es simplemente una resolución en la que nosotros no hemos intervenido… aun cuando en momentos de extremo desánimo hayamos fantaseado con ello.
Tal vez ahora sabemos que no lo hicimos todo bien, que nos equivocamos: aún en ese caso, normalmente nuestra conducta no era dolosa. No lo hicimos con la intención de perjudicar. No sabíamos más, no estábamos preparados para identificar o afrontar esas conductas, no estuvimos suficientemente atentos quizás…. Cada suicidio es diferente, cada persona lo es también. Deberemos aceptar que por lo que hace a esa persona que queríamos, no podremos hacer nada más, porqué su decisión establece un punto final también en nuestras vidas. Que a partir de ahora se explicarán por un antes y un después de su muerte.
Tendremos que aprender a perdonarnos y a perdonar a quien nos dejó.
Creo que la persona que se suicida deposita todos sus secretos en el corazón del superviviente, le sentencia a afrontar muchos sentimientos negativos y, es más, a obsesionarse con pensamientos relacionados con su papel, real o posible, a la hora de haber precipitado el acto suicida o de haber fracasado en evitarlo. Puede ser una carga muy pesada”. Cito muy a menudo estas palabras de Edwin Shneidman, porque me parecen muy esclarecedoras del escenario al que cualquiera que ha sufrido una pérdida por suicidio deberá enfrentarse.
 Corremos el riesgo de sentirnos “cómodos” con nuestra culpabilidad.
La recurrencia de los sentimientos de culpabilidad puede llegar a convertirse en una conducta que nos ligue al recuerdo de manera obsesiva. Puede ser que nos acomodemos en esa conducta, porque nos ofrece la falsa creencia de que es un modo correcto de recordar a la persona que hemos perdido. Podemos llegar a creer que “así” tenemos más presente nuestro vínculo con ella. Nos sentimos culpables y lo recordamos, lo lloramos y por tanto no lo olvidamos. En ocasiones, nos podemos sentir culpables simplemente por no haber pensado en esa persona durante un tiempo, o por haber sonreído, o habernos sentido felices durante un breve momento.
En realidad el recuerdo y la presencia de nuestro ser querido nada tiene que ver con sentirnos culpables. Muy al contrario, tiene que ver con nuestra propia capacidad de restablecer nuestra vida aceptando el vacío que esa persona ha dejado. Debemos reconstruir nuestra vida sin la presencia, sin la compañía de nuestro ser querido. No es reemplazable, nadie ocupará su  lugar, nadie ocupará ese vacío, pero podemos descubrir un nuevo territorio que la ausencia y el trabajo que hayamos hecho con nuestra pérdida nos permite reformular
La culpabilidad nos liga obsesivamente a su final trágico, pero nos aleja de la posibilidad de convivir con su recuerdo desde la serenidad y la comprensión de su existencia conteniendo lo bueno y lo malo que toda vida conlleva. Nos condena a juzgar su vida y la nuestra solo desde un punto de vista instalado en lo negativo, favoreciendo un retrato incompleto e injusto que no nos permite avanzar y que encapsula a quien perdimos en su condición de suicida, cuando su vida sin duda contiene multitud de facetas distintas.
Cuando el tiempo de la pérdida transcurra y nuestro dolor no sea tan intenso, empezaremos a respirar sin pesar nuevamente, a entrar en contacto con otras personas, sin que la tristeza nos inmovilice.  Eso no es malo, no estamos obrando mal. Simplemente el paso del tiempo nos ayuda a procesar todo lo que hemos sufrido. Nuestra propia vida se abre camino entre la pesadumbre y el abatimiento que nos ha invadido.
No hubiéramos querido realizar este trayecto, no era nuestro deseo, pero no podemos evitar que nos pasen cosas negativas a nosotros ni tampoco a las personas que queremos. A partir de esta evidencia nuestro futuro todavía está por escribir. Nos costará un esfuerzo terrible restaurar la confianza en el porvenir, en la vida que creíamos llevar y que un mal día se torció. Podemos decidir seguir aferrados a la culpabilidad y los sentimientos negativos, o podemos intentar recorrer el camino generoso del perdón y el afecto junto a las personas que nos rodean, y que viven también apenadas por esa pérdida.
Podemos quedarnos en ese lugar oscuro y terrible que nos aguarda en nuestros peores momentos, o empezar a caminar pidiendo ayuda, buscando el contacto con otras personas con quien compartir todo ese amor que ahora no tenemos a quien dar.
Haciendo todo esto no olvidaremos nada ni a nadie, pero concederemos a ese recuerdo la luz que merece en nuestro pensamiento y en el de todas las personas que lo conocieron.
De esa decisión somos solo nosotros responsables, como lo fueron ellos de la suya.

La diferencia entre el dolor y sufrimiento





http://blogs.duelia.org/aprendiendo-de-la-experiencia-de-vivir/

Duelo, un camino de amor por Anji Carmelo


La diferencia entre dolor y sufrimiento




Podemos definir el dolor como un estado de total desequilibrio que nos hace daño y que es causado por un impacto fuerte, duro y desestabilizador a raíz de una agresión o pérdida. Afecta física, emocional y mentalmente, y perdura hasta que la persona se pueda restablecer.
El sufrimiento suele tener las mismas causas, pero puede indicar la potenciación emocional y/o mental del desasosiego y malestar. A veces puede llevar a una imposibilidad de reacción y la negación de encontrar remedio y solución.
Todos hemos experimentado que la pérdida de lo que más queremos, trastorna tanto que el resultado es un desbarajuste total. Todos los elementos que antes nos proporcionaban lo que necesitábamos para poder hacer frente a la vida y sus dificultades, de pronto dejan de estar, ya que posiblemente lo que más nos ayudaba a mantenernos seguros y protegidos era precisamente la persona que se ha ido. El daño causado por esta ausencia de lo imprescindible multiplica más allá de lo que podemos aguantar la dificultad de la situación extrema en la que nos encontramos.
El dolor resultante es lógico y nadie niega que va a ser extremadamente difícil de superar. Ese tiempo necesario para recomponer y restaurar es lo que llamamos duelo. Algunos ya hemos pasado por las distintas fases e intuimos lo que vamos a necesitar para conquistar una vez más el equilibrio necesario para superar y retomar nuestra vida que de pronto ya no tiene nada que ver con lo que era antes.
Uno de los desenlaces que ya conocemos muchos de los que estamos en los grupos de duelo, ha sido la transformación del dolor en la capacidad de ir más allá y potenciar el amor. Vivir este cambio nos ha hecho capaces de acompañar, apoyar y aliviar, gracias a haber podido sobrevivir lo peor que nos ha podido pasar y cosechar los recursos que ese esfuerzo suele proporcionar.
Esta transformación puede ser simbolizada por la mariposa, que también puede representar a nuestro ser querido que ya no está. La mariposa como vemos en mi libro De oruga a mariposa marca el final de todo proceso de duelo y nos devuelve el vuelo que nos une para siempre con ese ser querido que ya se encuentra por encima de todo dolor, todo sufrimiento. Cada proceso de dolor sincero acaba con el nacimiento de la mariposa.
El otro camino que nos puede atrapar y alejarnos de un desenlace liberador es el sufrimiento. El sufrimiento destaca todo lo peor de la situación que estamos viviendo. Es como si nos pusiéramos unas gafas que sólo nos permiten ver lo negativo y dañino. No quiero negar los efectos de lo que podría ser la pérdida mayor que jamás nos ha enfrentado pero si quiero destacar la capacidad que tenemos de sobreponernos una y otra vez para seguir con todo lo que en un principio compartíamos, sea una pareja, unos padres o incluso un recién nacido. La presencia larga o corta de ese ser que ya forma una parte importantísima nuestra nos ha proporcionado esa parcela de felicidad y maravilla que sólo nos pueden regalar aquellos que queremos a través de los lazos sutiles e irrompibles del amor. Y esos lazos jamás desaparecen. Incluso podríamos decir que están más fuertes que nunca ya que el amor no es materia y ese vínculo sutil es el más fuerte de todas las uniones capaz de sobrevivir cualquier ausencia, cualquier reto y convertirse en nuestra razón de ser para seguir adelante por encima de todo. Llega un momento en el que sabemos que la distancia no ha podido y no podrá y eso nos salva del sufrimiento y la tiranía de lo perecedero.
No quiero que os quedéis con la idea de que el sufrimiento es para siempre ya que aunque difícil de superar porque conlleva muchas veces la desaparición de la esperanza, somos capaces de poder con todo y en cualquier momento podemos cambiar.
La capacidad para el cambio es la herramienta más potente que tenemos, no sólo en las situaciones difíciles sino incluso en aquellas que parecen imposibles.
Desde la situación más dura cuando creemos no poder seguir adelante, tenemos que confiar en nosotros y en nuestro poder de transformación.
Nadie está exento de volver a renacer, por mucho que seamos presos de la desesperación y el sufrimiento. En cualquier momento podemos sorprendernos y cambiar lo que parecía imposible. Muchos hemos conquistado lo imposible y estamos ayudando a que otros también puedan.
Confiemos en nosotros, confiemos en el amor y confiemos en la Vida.

La flauta mágica. La reina de la noche. W.A. Mozart

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